lunes, 29 de noviembre de 2010

Ryden, mis sueños de locura y muerte

En el cuarto con olor a piyama, la nada me despierta para mirar por la ventana. No puedo explicar cómo es que el dormir se ha convertido en sólo una sensación. Miro el techo por horas. La luz se pega a mis pupilas y ya no distingo dónde estaba el foco al principio. El foco está en todas partes, en mis ojos también. Pienso que duermo, no lo hago. Las ideas, por la carretera del sueño, en un auto que avanza lentamente, mientras el foco (que aún sigue ahí) los ilumina. Cuando me acosté a un lado de la ventana, estaba oscuro allá afuera. El tiempo corre y el sol aparece de nuevo en el cristal. Quiero dormir, no sólo sentir que duermo. Alguien me ha estado viendo toda la noche y no ha sido el foco. Le llamo Cerbero, pero, ¿quién lo sabe? puede que sólo haya sentido que me miraban, no que me estuvieran viendo realmente. Tengo los ojos cerrados. Sin embargo, aún veo la luz. El foco no se ha ido. Ha dejado el techo para habitar en mis retinas. Parece que también escucho algo. Es como estática en la tele y luego, repentinamente, un ruido que me enloquece. Siento que ya desperté, pero, ¿quién lo sabe? alomejor sigo dormida y la sensación de dormir y despertar se han revuelto. El miedo se une a la reunión: alguien toca la ventana.

La obra de Ryden siempre me ha causado fascinación. La estética oscura, de ensueño, de delirio combinada con cosas que parecerían no tener importancia pero que yacen en el inconsciente colectivo: lo puramente pop. En una obra pictórica, Ryden hace encajar el inconsciente individual: los miedos, la ingenuidad, el dolor con el inconsciente colectivo: el contexto en el que vivimos, la mercadotecnia, lo artificial y de consumo. Ryden, a mi ver, pone un cosmos en un papel. Un microcosmos en un óleo maravilloso. Un yo y un no-yo. El exterior que nos manipula, plasmando el objeto de manipulación y aquello que lo manipula. La niña que yace dormida como en el limbo. Su vestido que es lo mismo que su cama y que su cabello. No se sabe donde acaba uno y empieza el otro. El hermoso cabello blanco es el símbolo que unifica la vida y la muerte, la infancia y la vejez. No es una niña albina, es una niña encanecida. Una persona es vieja y es joven a la vez. La juventud no es incompatible con la senectud ya que nuestro yo- es una amalgama de percepciones y proyecciones. Lo que uno percibe del mundo (uno nunca deja de ser niño) y lo que el mundo percibe de ti, lo que tu proyectas (el paso de los años a través de tus células). Lo que está mirándola mientras duerme es lo más susceptible a inquietudes. Eso que la observa no es una persona, no es siquiera “el diablo” pues ninguna representación de él lo describe de esa manera. Veo la semejanza con una criatura primitiva, legendaria y en peligro de extinción: el proteus anguinus. Éste es un anfibio legendario que antaño se creía la cría de un dragón. Y volvemos a la dualidad. La cría de dragón con rostro de diablo, con cuernos y pintado de rojo. Es joven y viejo a la vez: es el mal que observa y que acecha. Nos acecha a nosotros que dormimos con los ojos abiertos. Los seres humanos somos animales nocturnos que se han impuesto a caminar, trabajar, leer, comer y beber de día. Pero la verdad es que nos hallamos dormidos sin percatarnos y la manera en la que realmente vivimos es de noche, en el mundo mágico al que realmente pertenecemos: el mundo onírico. El mal ancestral en un pequeño anfibio que mira impaciente a la niña. Sus brazos abiertos indican recibimiento. No puede esperar a que la durmiente deje de serlo. Está ansioso y toca a tu ventana.