sábado, 16 de junio de 2012

La ataraxia

La doctrina filosófica que marcó mi adolescencia figura en el pensamiento de la antigua Grecia, utilizada principalmente por los estoicos y epicúreos: la ataraxia, la imperturbabilidad del espíritu. La razón por la que la amaba es simple: quería huir de mis sentimientos. Cuando eres joven (o al menos cuando yo lo era), los sentimientos te atan, te corrompen. De un momento a otro ya violentaste tu racionalidad, sometiéndola a los caprichos del espíritu. Ahí fue cuando descubrí que el sentimiento que más detesto es el arrepentimiento pues vivía continuamente arrepintiéndome de mis acciones cuando el alma mórbida me arrebataba la voluntad. O más bien, cuando le susurraba malos consejos. Acechándola como león rugiente, diablo manipulador. Mi voluntad entonces cambiaba de parecer en repentinos instantes, dejando una hecatombe dispersa en mi cuarto. Sentada en mi diván Luis XV, frente al espejo, juraba que asesinaría los sentimientos que hacían complot en mi alma planeando destruirme: deseaba ser un robot. Ignoro si esto es normal en todos los adolescentes, o lo que a mí me pasó en la adolescencia, la gente del común lo experimenta en pequeñas dosis a lo largo de sus vidas, pero en aquel momento la ataraxia parecía no sólo una meta a un estado deseable sino la solución a todos mis problemas. Puedo decir que después de años de frustraciones, pude lograrlo. Me agobiaba ser presa de la furia y serenarme al instante al recordar lo que estaba buscando. Encontrar la ataraxia no es, como dicen los estoicos, un ejercicio espiritual. Es un reprimir asiduo de los impulsos. La ataraxia es el freno que tiene éxito sólo cuando se vuelve una costumbre, un hábito que realizas inconscientemente. Sin embargo, cuando lo obtuve, no duró mucho tiempo debido a que los resultados emocionales son catastróficos. Censurar las emociones negativas, odio, cólera, resentimiento, tristeza es el resultado óptimo, el premio de la doctrina. No obstante, el espíritu humano está compuesto por esa gama negativa y la positiva: la alegría, el gozo, incluso el llanto que alivia, el llanto sanador. Al obtener la imperturbabilidad, sellas todas las emociones. Atacar el cáncer es el objetivo, la quimioterapia destruye todas las células sin hacer distinción entre benignas o malignas. Lo mismo ocurre en este proceso en busca de la paz interior. Tu identidad como ser humano se ve comprometida. La vida te enfrentará una y mil veces al fracaso, a la agresión. Ahí la ataraxia te liberará pero cuando llegue el momento en el que brote la lava del volcán, tu espíritu ya no tendrá las armas. Estarás limitado. Dentro de la cárcel de carne, nada será peor que no poder externar lo que se revuelve como magma en el infierno. La ataraxia es, por esto, puramente teórica. Su práctica lleva al colapso. Un ser humano (al menos como yo –y no creo ser la única-) precisa de sus herramientas espirituales para sobrellevar los retos del diario vivir. La ataraxia te los quita y te deja indefenso ante tu propia naturaleza. Cuando me percaté de que no podía llorar por más terrible que fuera la situación, por más que mi humanidad lo necesitara, abandoné la ridícula idea de querer ser una máquina. El autodominio es una estrategia más sensata, con un nivel dificultad que va decreciendo conforme maduramos,y mucho más adecuada a la naturaleza que nos constituye.

JAIME MUÑOZ VARGAS El desierto y su obra (Un breve comentario)

Jaime Muñoz Vargas es un escritor lagunero nacido en Gómez Palacio Durango. Ahora reside en Torreón Coahuila aunque no entiendo muy bien las razones, a mí todos esos ranchos me parecen iguales. Probablemente la razón se deba a que Torreón cuenta con un círculo de personas de las élites literaria y artística que no podían faltar en la vida de Muñoz Vargas. ¿Para qué recluirse toda la vida en su natal Gómez Palacio, en su pequeño hogar, sin la presencia de otras personalidades que le acaricien el ego? Para un escritor de su talla esa vida no resultaría muy atractiva. Así que fija su domicilio en Torreón. Pero… ¿qué es este “Torreón”? Es un rancho que creció desproporcionalmente. Pero como es un rancho relativamente nuevo, pudo cambiar rápidamente y adaptarse a la modernidad que se suscitaba ante su rápido desarrollo. Cosa que sucede más difícilmente en una ciudad de, por ejemplo, 400 o 500 años. El centro histórico permanece igual y lo que crece son los alrededores. En este caso, Torreón creció desde la parte central. Pronto lo que era parte de la periferia quedó incluido en lo que llamamos hoy -zona centro-. Y qué decir de Gómez, éste era y sigue siendo un rancho a excepción de su zona industrial. Nadie da crédito cuando ve el rancho sin pavimento con sus jacalitos y toda la cosa, y del otro lado un inmenso parque industrial. Sinceramente, uno piensa que no es la misma ciudad. Volviendo a Torreón, este es un lugar inhóspito, estéril, un remolino en medio del desierto. Al entrar a la ciudad se lee “Bienvenidos a Torreón, Coahuila. Perla de la Laguna”. Ay, ¡cómo me hace reír ese letrero!, en serio. Antes decía “vencimos al desierto” pero lo quitaron y lo peor es que creo saber por qué. Cuál vencimos al desierto ni que nada. El desierto vence día a día a su gente. Los doblega, los deja sin fuerzas para trabajar, para pensar. El desierto se traga la ciudad poco a poco. Una cuidad en la cual ni siquiera en navidad hace frío pero con un calor (sobre todo en la canícula) que te trastorna. Es verdad, te desquicia, te enloquece. No intentes preguntarle nada a un torreonense cuando tiene calor porque la respuesta será una grosería seguida de un “perdóneme, es que tengo calor”. El calor parece ser la causa de todas nuestras aflicciones y problemas. Cuenta la leyenda que antes había ahí una inmensa laguna que hacía próspero el lugar. La verdad es que quien sabe porqué pero no queda ni rastro de ella ni del difunto río Nazas. Si antes había agua y aún así esa tierra era desierto, cuánto más jodido está el lugar ahora que ya no hay agua. Es en este marco que Jaime Muñoz Vargas escribe su obra. ¿A quién se le ocurre escribir cuando se está sudando 2 litros por minuto? Bueno pues a muy pocos pero poquísimos retrasados mentales que quieren ser escritores. Muñoz Vargas tiene todo el peso del desierto encima de él. Aún así, su estilo es versátil. Por ejemplo, en Fervor de Santa Teresa el lenguaje que utiliza es apegado a la realidad, al entorno. Una hacienda de algodón y un círculo de amigos aficionados al beisbol y al sotolito. El calor se mete por las páginas del libro, el bochorno se transpira en cada lectura. ¿Cómo es que el desierto cobra vida en cada texto? Es palpable la sensación bajo el pinabete aquellas noches de pachanga. De igual manera en El principio del terror. La historia refleja un entorno y una situación parisina pero su mentalidad, sus pensamientos y reflexiones tienen la parquedad de un lagunero. Como dice el dicho, el lagunero no puede negar la cruz de su parroquia. Lejos de la selva, de la sabana, del templado semi-húmedo de Saltillo, la estepa es el clima que cala más hondo en la configuración mental de sus ciudadanos. En nuestra voz narrativa sale siempre a relucir el clima de donde venimos. Es difícil decir con seguridad el porqué. Sin embargo, es innegable la relación del sol lagunero y las obras de Muñoz Vargas cuya atmósfera está siempre cargada de bruma. Cuyos personajes hablan tosco y atropellado, cuya visión de mundo se mueve con el aire caliente fluctuante de la lejanía.

viernes, 19 de agosto de 2011

sin título

En el momento en que consigo enfocar un pensamiento, aparece la consecuencia, pero la razón dista mucho de ser encontrada. Imagino que es una rebelión de la carne, una existencia subversiva que se abstiene de hacer eso para lo que fue creada. En el dolor y sus consecuencias- que son un lodo en el que me hundo lentamente- me hallo impasible y frenética. Nado hacia las profundidades del lodoso pantano para emerger a la superficie con una risa sardónica, llena de asco. Miro mi cuerpo y lo desdeño –el cuerpo es sólo un recipiente- curiosamente, el contenido se vertió hace tiempo en lo oscuro de una cañada, por la noche, tanto así, que ni yo, ni tu, ni nosotros nos dimos cuenta.
Hay cosas que no me gusta contar. No me lo cuento ni a mi misma. Me callo por dentro y evito hacer conjeturas, mucho menos preguntas. Las situaciones que abordan mi corazón son desconocidas. Soy un sujeto pasivo, que recibe la acción más no la realiza. Y en el supuesto de la realización, está el fracaso. Ahí muere el verbo y nace la contemplación. Contemplación que no significa amor por lo que respira, sino un odio contenido, repulsivo y tedioso, que se arrastra por dentro, en el más oscuro de los escalones.
Entonces camino hacia afuera. El interior es un lugar en el que no quisiera estar- y lo digo tajantemente- nunca. Aunque el mero acto de escribir constituya el soliloquio del alma. Se hace orgánico lo intangible, inteligible lo divino, crucial y definitivo el espíritu errante. Las letras atrapan entonces el sentido de la voluntad y en ella se ejerce el acto más libre, más verídico y más sincero de un ser humano. Y en lo absurdo del cosmos encontramos nuestra armonía.
¿Estoy lista para el rechazo? ¿De qué rechazo hablo? Hablo de la sustancia misma, el enervante y su huésped atroz, vivo como virus que incuba una grave enfermedad. La enfermedad del tedio petulante, que aborda no sólo la vida y la no-vida, el mundo de las ideas y sus sentimientos. Porque las ideas se impregnan de sentir y el sentir corre por las venas mientras uno medita.
Cuando se rechaza la sensación, se quiere olvidar el pensamiento. Ahí nace un círculo pernicioso que gira en torno a un vacío. El raciocinio se extravía: hemos elegido olvidarlo. Y llegado el momento, nos damos cuenta de la capa negra que cubre la epidermis, cual lodo inmundo pegado en el tronco de los árboles. Parásito de la poca conciencia que queda tras cometer actos de maldad pura. Cuyo significado se halla intrínsecamente en ignorar los mismos. En la vacuidad de la responsabilidad, en lo falso del arrepentimiento, en transitar por la vida como un diente de león. Volar por ahí, usando la vida: gasolina de su propio motor.
Y en los sueños encuentro alivio a este malestar. El lugar donde puedo sentir, tocar y gustar, aquello que no me atrevo a ver.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Ryden, mis sueños de locura y muerte

En el cuarto con olor a piyama, la nada me despierta para mirar por la ventana. No puedo explicar cómo es que el dormir se ha convertido en sólo una sensación. Miro el techo por horas. La luz se pega a mis pupilas y ya no distingo dónde estaba el foco al principio. El foco está en todas partes, en mis ojos también. Pienso que duermo, no lo hago. Las ideas, por la carretera del sueño, en un auto que avanza lentamente, mientras el foco (que aún sigue ahí) los ilumina. Cuando me acosté a un lado de la ventana, estaba oscuro allá afuera. El tiempo corre y el sol aparece de nuevo en el cristal. Quiero dormir, no sólo sentir que duermo. Alguien me ha estado viendo toda la noche y no ha sido el foco. Le llamo Cerbero, pero, ¿quién lo sabe? puede que sólo haya sentido que me miraban, no que me estuvieran viendo realmente. Tengo los ojos cerrados. Sin embargo, aún veo la luz. El foco no se ha ido. Ha dejado el techo para habitar en mis retinas. Parece que también escucho algo. Es como estática en la tele y luego, repentinamente, un ruido que me enloquece. Siento que ya desperté, pero, ¿quién lo sabe? alomejor sigo dormida y la sensación de dormir y despertar se han revuelto. El miedo se une a la reunión: alguien toca la ventana.

La obra de Ryden siempre me ha causado fascinación. La estética oscura, de ensueño, de delirio combinada con cosas que parecerían no tener importancia pero que yacen en el inconsciente colectivo: lo puramente pop. En una obra pictórica, Ryden hace encajar el inconsciente individual: los miedos, la ingenuidad, el dolor con el inconsciente colectivo: el contexto en el que vivimos, la mercadotecnia, lo artificial y de consumo. Ryden, a mi ver, pone un cosmos en un papel. Un microcosmos en un óleo maravilloso. Un yo y un no-yo. El exterior que nos manipula, plasmando el objeto de manipulación y aquello que lo manipula. La niña que yace dormida como en el limbo. Su vestido que es lo mismo que su cama y que su cabello. No se sabe donde acaba uno y empieza el otro. El hermoso cabello blanco es el símbolo que unifica la vida y la muerte, la infancia y la vejez. No es una niña albina, es una niña encanecida. Una persona es vieja y es joven a la vez. La juventud no es incompatible con la senectud ya que nuestro yo- es una amalgama de percepciones y proyecciones. Lo que uno percibe del mundo (uno nunca deja de ser niño) y lo que el mundo percibe de ti, lo que tu proyectas (el paso de los años a través de tus células). Lo que está mirándola mientras duerme es lo más susceptible a inquietudes. Eso que la observa no es una persona, no es siquiera “el diablo” pues ninguna representación de él lo describe de esa manera. Veo la semejanza con una criatura primitiva, legendaria y en peligro de extinción: el proteus anguinus. Éste es un anfibio legendario que antaño se creía la cría de un dragón. Y volvemos a la dualidad. La cría de dragón con rostro de diablo, con cuernos y pintado de rojo. Es joven y viejo a la vez: es el mal que observa y que acecha. Nos acecha a nosotros que dormimos con los ojos abiertos. Los seres humanos somos animales nocturnos que se han impuesto a caminar, trabajar, leer, comer y beber de día. Pero la verdad es que nos hallamos dormidos sin percatarnos y la manera en la que realmente vivimos es de noche, en el mundo mágico al que realmente pertenecemos: el mundo onírico. El mal ancestral en un pequeño anfibio que mira impaciente a la niña. Sus brazos abiertos indican recibimiento. No puede esperar a que la durmiente deje de serlo. Está ansioso y toca a tu ventana.

lunes, 25 de octubre de 2010

"El porqué de los tacones: la altura orgánica que socialmente no podemos conseguir".

El dar para poseer y el dar para ser poseído.
En ambos casos, lo más dificil no es dar y, de los tres términos, poseer excesivamente no-factible.
Un amor infinito que se extiende a través del tiempo, del espacio y del ser.
Un naranjo milenario que no ha dado fruto.
Si alguna día lo diera... ¡qué fruto más delicioso! ¡extásis, locura!
Los árboles pequeños que dan manzanas de tentación. Manzanas que son dulces y luego amargas.
Así, viviendo periódicamente de los manzanos hasta que el naranjo floreciera...
Gracias a él, no una, sino muchas vidas inmortales, viviría yo, tu, el mundo. Todo gracias a él.

sábado, 2 de octubre de 2010

Ojos

Ojos que caminan.
De vez en cuando
alguien los nota
en el arroyo de humo y metal:
la calle gris con sus animales grises
en estampida
con rumbo a mis ojos
los ojos enigmáticos
que el rencor ha modelado.
El silencio se posa en su mirada
y el odio pinta los ojos.
De una manera
-tu y yo lo sabemos-
mortal.

Un recipiente fabricado con odio
es el mejor contenedor de hermosura
-tristeza si, y también compasión-
Háblame del mundo que no veo
las cosas podridas que
mis ojos
-podridos- ya no pueden ver.
La flor entre mis manos
tiene color
color vivo -muerto-
vivo como tu o yo
-pero nosotros somos grises-
el cielo gris que cae encima de nosotros.

Sistema (Para el buen Fer)

Mi taller de poesía comenzó con una charla amena y agradable, casi armónica. En ella dábamos una definición personal de la poesía para formar un sólo significado que consideráramos completo. La poesía no es un concepto fijo y se va transformando con el tiempo y el lugar. La poesía es un ente vivo, como tu o como yo. No podríamos definirla con exactitud ni en un millón de años. El maestro nos pidió también que escribiéramos nuestro deseo más grande. Intenté decirlo en una frase de 3 palabras: ser yo misma. A pesar de que es verdad que me conozco, cambio con los años y con las situaciones, es decir, mi geografía personal. Con los pies en el piso y las dos manos en mi silla, movía mi cabeza para que el cabello me hiciera cosquillas en los hombros. No hay manera de que pueda ser yo misma, en este mundo ni en el otro. Las reglas a las que me tengo que someter son muchas, demasiadas. No puedo decir lo que pienso si, eso que pienso, no es adecuado para mis prójimos. Odio bañarme. ¿Qué pasaría nunca lo hiciera? Probablemente no obtendría empleo en ningún lugar. ¿Que pasa con los sentimientos que quiero expresar pero que no existen en el diccionario? ¿Qué pasa si quiero hablar música? El lenguaje es imperfecto, es un lenguaje de tontos cavernícolas.
He tenido ganas de comerme a alguien, al sujeto más allegado a mí, pero no está permitido. Mi personalidad absolutamente peculiar no puede emerger. Si intentara vivir en congruencia con mis ideas, el mundo se alejaría de mí o bien, qué mejor para todos, el mundo me alejaría de él. El cese de mi vida sería predecible. Todo acto de hipocresía se relaciona con la supervivencia. La gente "tradicional" juzga y no admite discrepancias en cuanto a la estabilidad de un sistema.
¿En qué momento nos convertimos en una masa amorfa constituída de millones de seres humanos? La individualidad no es posible en un mundo con un "sistema". Las reglas cohiben el desarrollo del yo, lo hacen retroceder y amoldarse al cánon, a la medida requerida por la sociedad en dado momento y en dado lugar. El sueño de ser "uno mismo" es una imposibilidad mientras no tiremos absolutamente todos los sistemas. El hombre renacerá del caos cuando el orden sea derribado. No habrá un nuevo orden sino una nueva escencia completa y verdadera

miércoles, 1 de septiembre de 2010

M

Quiero ir tras de ti y llorarte como siempre lo he hecho.
Pedirte perdón por algo que no hice
y abrazarte aunque tu permanezcas con tus brazos lado a lado.
Quiero llevarte flores aunque no seas mi amante, sólo para ver ese gesto de
emoción en tu rostro que me hace sentir como si borrara todo el daño que le he hecho al mundo. Que se te ilumine el rostro y sepas que hay alguien siempre pensando en ti
que se pregunta cómo estás a cada segundo y a cada momento de tu vida, que seas feliz porque te doy lo que nunca tuviste. Que seas feliz porque soy tu mamá, tu papá y tu hermana y porque eso mismo es lo que eres para mí.
¡Que tu desdén me persiga y tu mirada no vea, me enferma!
No podrías imaginarte que alguien te quiera más que yo
porque he vivido por ti y para ti desde hace mucho tiempo
y mi vida se cifraba en los momentos contigo.
Te rogué que no te fueras, que no me abandonarás, siempre te lo imploré. "Llévame a donde tu vayas!" te gritaba.
Pero estoy abandonada otra vez, como siempre.
Mutilada
Ese pedazo de mi alma que veo caminar por los pasillos
¡No me voltea a ver, Dios! ¡no me mira, Dios! ¿por qué no me mira?
si lo único que hago es
extrañarla y sentir cómo si no hubiera un presente
mientras busco como tenerla en mi mañana.
Tomamos por injusticia
que se nos vea por el rabillo del ojo
tomamos por insulto que nos veamos en los 170-180 grados
del globo

sábado, 19 de junio de 2010

D r e a m

Apenas podía divisar luz dentro de esa casa. Mi madre había entrado a trabajar a una casa como promotora de plantas. Las plantas no eran la gran cosa. Eran plantas viejas que habían pertenecido a las familias desde hacía mucho tiempo. Incluso había una planta de mi propia abuela: una teresita. Como te digo, las plantas no eran ni muy grandes, ni muy raras ni muy caras. Su valor residía en su antigüedad. Mamá era feliz en ese trabajo, se sentía útil y diligente. Los primeros meses que estuvo en ese trabajo se le veía radiante. Luego las cosas comenzaron a cambiar.
La luz de esa casa gigantesca tenía algo raro, algún desperfecto, no lo sé. Ya fuera de día o de noche y por más focos que hubieran sido prendidos dentro de la casa, era imposible saberlo. Tu mirabas por fuera y pensabas que la casa estaba sola, vacía, no se notaba la luz por ningún lado. Mamá, entonces optaba por estar afuera de la residencia con una sonrisa que nunca le había visto en el rostro y la puerta entreabierta para que la gente no se confundiera pues, era muy fácil hacerlo.
Después de un tiempo todo se tornó muy extraño. Papá iba con mi madre al trabajo. Se sentaba en la sala en una silla y al lado tenía una caja llena de chucherías que complementaban lo del negocio de las plantas. La caja contenía tierra, abono, palitas, macetas, regaderas, bolsas de plástico.
Cierto día entré por la puerta entreabierta. Mi mamá enseñaba las plantas a una señora gorda con un vestido de flores rosas.
-Esta es la planta que perteneció a mi difunta madre. Es una teresita.- Señalaba una hermosa planta pequeña de colores lila y rosa con cara de absorta. Me quedé contemplándola un buen rato y descubrí que su faz era opaca. Ni el rostro ni el cuerpo de mi madre emitían ni reflejaban ningún tipo de luz. Mi madre se estaba convirtiendo en una sombra. Una figura oscura. Papá seguía sentado en la sillita, me había visto pero no había hecho ningún ademán de saludo. Seguía ahí, absorto en la oscuridad. Los focos cada vez daban menos luz, papá casi estaba en tinieblas cuando entré al cuarto. Me senté a su lado pero no le importó, no se inmutó. Decidí salir de ahí. Mamá seguía con su cara de felicidad imperturbable e infinita con la señora gorda tras de ella. Atravesé el jardín, sólo podía pensar que había algo que no me habían querido decir.
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La escuela no era un buen lugar para estudiar, eramos muy pocos alumnos. Sí, selectos tal vez. Cada persona que ocupaba un asiento en aquellos salones tenía una mente profunda y sinuosa. Él me esperaba en la jardinera fuera de la escuela. Yo lo había escogido a él desde que lo vi. Era corpulento, alto, su cabello lacio y muy negro. Siempre tenía un cigarro en la boca. Cuando una mujer, un día, tomó su mano, me di cuenta que alguien lo había elegido previamente. Mi corazón no podía dejar de verlo, no podía dejar de desearlo y, poco a poco, me acerqué. Logré que dejara a la otra, y me convertí en su centro de gravedad. Ese día estaba radiante, su piel blanca tenía unas pequeñas pecas en los cachetes. Su hermosos labios rojos y sus dientes pequeños y separados esbozaban una sonrisa que me desarmaba. A su lado yo era como un papalote. Él me tomaba de la mano mientras yo volaba el azul del cielo.
Cruzamos el estacionamiento y luego salimos a una calle muy abarrotada. No pronunciábamos palabra. Nuestro amor inundaba todo, el silencio era necesario para los rituales en los que dos almas se juntan. Llegamos a la alameda. No recuerdo que ese hubiera sido el plan en un principio. Pero a su lado no me importaba a dónde ir, aunque fuera al mismísimo infierno. Pensaba en esta situación cuando me arrepentí de haber pensado cosa semejante. La plaza estaba atestada de gente. Gente vestida de negro en su mayoría, muchos corrían y había gritos por todas partes. Gritos que no alcazaba a distinguir si eran de júbilo o de llanto. Aquello se veía también en sombras, últimamente todos los lugares parecían ser invadidos de una oscuridad inusitada, más bien, de tinieblas. El hombre a mi lado había cambiado de expresión de manera repentina al llegar al lugar. La incredulidad seguía pegada a mi rostro. Me soltó la mano y corrió a un poste a pegar una manta. Luego yo corrí para intentar ver lo que decía y el me empujó para que no pudiera hacerlo. Si lo analizo ahora, después de dos años, no puedo siquiera recordar una palabra textual. Lo único que sé es que era una petición. Nos fuimos. Yo estaba asustada: "También él me oculta algo".
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La siguiente ocasión que fui a ver a mamá a su trabajo me encontré con un padre aún más enfermizo. Me senté a su lado pero ya no distinguía el rostro de mi papá. Estaba ojeroso, con ojeras de esas hundidas y negras.
Tomé todas las cosas que tenía en la cajita y me las lleve al otro jardín. Papá me mando mensajes de texto aterradores: "Regresa con esas cosas, yo sé que te vas a masturbar". "Regresa ya, tráeme las cosas, sucia". Mi padre estaba fuera de sí. Esas palabras parecían desvaríos de viejito. Inmediatamente volví y le tiré sus malditas cosas en la cara. Algo muy raro estaba ocurriendo.
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Nunca comprenderé los hechos que narraré a continuación. Mi corazón aún se niega a aceptarlos. Y mucho menos a considerarlos parte de la historia de mi vida. Un buen día fui a visitar a mi madre a la casona donde hacia sus ventas, bastante raquiticas, por cierto. No sé por qué razón mi madre y mi padre seguían estando en ese lugar. No sé ni de qué vivíamos. Como quiera, saliendo de la escuela me dirigí para allá. Mamá no estaba afuera como de costumbre. La puerta estaba entreabierta, eso sí. Cuando entré me di cuenta que ahora los focos ya no alumbraban nada. Se oía murmullo en un pasillo. Supuse que daría a un patio. Así era. Aunque lo que vieron mis ojos en ese momento no lo pude creer ni aún ahora que vivo alejada de mis padres: el patio estaba lleno de gente, gente desnuda gritando, en conmoción. Cuando entre en el lugar no pude huir. Habia tanta gente que cuando me acerqué al centro ya no podía salir, estaba atrapada por todas esas personas. En el centro había un pozo gigante. ¿Cómo es que en una zona residencial podía haber tal cosa? En el pozo habían semicírculos en llamas. Corría la gente como loca de un lado a otro. Vi que una amiga del colegio se acercaba a mi, desnuda también, sudando y llorando. La tomé entre mis brazos y la apreté contra mi pecho, lloraba desesperadamente. Forcejeaba conmigo. Yo soy alta, muy alta y tengo una excelente constitución, así que no me fue difícil retenerla en mis brazos. "La oscuridad, la oscuridad nos ha robado la luz". Repitió dos veces. Sentía que la amaba más que nunca, no quería dejarla ir. Ella quería tirarse al vacío, quería ir al pozo lleno de fuego. Esta gente descubrió algo que ya no pueden controlar. Todos lloraban en agonía. Tranquilicé a Marina. Estaba serena en mis brazos. Estaba ida, perdida pero logré que me siguiera fuera de la mansión. Ya en la calle, le preste la camisa que que yo traía y me quedé solamente en brasier hasta que llegamos a la casa.