sábado, 16 de junio de 2012

La ataraxia

La doctrina filosófica que marcó mi adolescencia figura en el pensamiento de la antigua Grecia, utilizada principalmente por los estoicos y epicúreos: la ataraxia, la imperturbabilidad del espíritu. La razón por la que la amaba es simple: quería huir de mis sentimientos. Cuando eres joven (o al menos cuando yo lo era), los sentimientos te atan, te corrompen. De un momento a otro ya violentaste tu racionalidad, sometiéndola a los caprichos del espíritu. Ahí fue cuando descubrí que el sentimiento que más detesto es el arrepentimiento pues vivía continuamente arrepintiéndome de mis acciones cuando el alma mórbida me arrebataba la voluntad. O más bien, cuando le susurraba malos consejos. Acechándola como león rugiente, diablo manipulador. Mi voluntad entonces cambiaba de parecer en repentinos instantes, dejando una hecatombe dispersa en mi cuarto. Sentada en mi diván Luis XV, frente al espejo, juraba que asesinaría los sentimientos que hacían complot en mi alma planeando destruirme: deseaba ser un robot. Ignoro si esto es normal en todos los adolescentes, o lo que a mí me pasó en la adolescencia, la gente del común lo experimenta en pequeñas dosis a lo largo de sus vidas, pero en aquel momento la ataraxia parecía no sólo una meta a un estado deseable sino la solución a todos mis problemas. Puedo decir que después de años de frustraciones, pude lograrlo. Me agobiaba ser presa de la furia y serenarme al instante al recordar lo que estaba buscando. Encontrar la ataraxia no es, como dicen los estoicos, un ejercicio espiritual. Es un reprimir asiduo de los impulsos. La ataraxia es el freno que tiene éxito sólo cuando se vuelve una costumbre, un hábito que realizas inconscientemente. Sin embargo, cuando lo obtuve, no duró mucho tiempo debido a que los resultados emocionales son catastróficos. Censurar las emociones negativas, odio, cólera, resentimiento, tristeza es el resultado óptimo, el premio de la doctrina. No obstante, el espíritu humano está compuesto por esa gama negativa y la positiva: la alegría, el gozo, incluso el llanto que alivia, el llanto sanador. Al obtener la imperturbabilidad, sellas todas las emociones. Atacar el cáncer es el objetivo, la quimioterapia destruye todas las células sin hacer distinción entre benignas o malignas. Lo mismo ocurre en este proceso en busca de la paz interior. Tu identidad como ser humano se ve comprometida. La vida te enfrentará una y mil veces al fracaso, a la agresión. Ahí la ataraxia te liberará pero cuando llegue el momento en el que brote la lava del volcán, tu espíritu ya no tendrá las armas. Estarás limitado. Dentro de la cárcel de carne, nada será peor que no poder externar lo que se revuelve como magma en el infierno. La ataraxia es, por esto, puramente teórica. Su práctica lleva al colapso. Un ser humano (al menos como yo –y no creo ser la única-) precisa de sus herramientas espirituales para sobrellevar los retos del diario vivir. La ataraxia te los quita y te deja indefenso ante tu propia naturaleza. Cuando me percaté de que no podía llorar por más terrible que fuera la situación, por más que mi humanidad lo necesitara, abandoné la ridícula idea de querer ser una máquina. El autodominio es una estrategia más sensata, con un nivel dificultad que va decreciendo conforme maduramos,y mucho más adecuada a la naturaleza que nos constituye.

JAIME MUÑOZ VARGAS El desierto y su obra (Un breve comentario)

Jaime Muñoz Vargas es un escritor lagunero nacido en Gómez Palacio Durango. Ahora reside en Torreón Coahuila aunque no entiendo muy bien las razones, a mí todos esos ranchos me parecen iguales. Probablemente la razón se deba a que Torreón cuenta con un círculo de personas de las élites literaria y artística que no podían faltar en la vida de Muñoz Vargas. ¿Para qué recluirse toda la vida en su natal Gómez Palacio, en su pequeño hogar, sin la presencia de otras personalidades que le acaricien el ego? Para un escritor de su talla esa vida no resultaría muy atractiva. Así que fija su domicilio en Torreón. Pero… ¿qué es este “Torreón”? Es un rancho que creció desproporcionalmente. Pero como es un rancho relativamente nuevo, pudo cambiar rápidamente y adaptarse a la modernidad que se suscitaba ante su rápido desarrollo. Cosa que sucede más difícilmente en una ciudad de, por ejemplo, 400 o 500 años. El centro histórico permanece igual y lo que crece son los alrededores. En este caso, Torreón creció desde la parte central. Pronto lo que era parte de la periferia quedó incluido en lo que llamamos hoy -zona centro-. Y qué decir de Gómez, éste era y sigue siendo un rancho a excepción de su zona industrial. Nadie da crédito cuando ve el rancho sin pavimento con sus jacalitos y toda la cosa, y del otro lado un inmenso parque industrial. Sinceramente, uno piensa que no es la misma ciudad. Volviendo a Torreón, este es un lugar inhóspito, estéril, un remolino en medio del desierto. Al entrar a la ciudad se lee “Bienvenidos a Torreón, Coahuila. Perla de la Laguna”. Ay, ¡cómo me hace reír ese letrero!, en serio. Antes decía “vencimos al desierto” pero lo quitaron y lo peor es que creo saber por qué. Cuál vencimos al desierto ni que nada. El desierto vence día a día a su gente. Los doblega, los deja sin fuerzas para trabajar, para pensar. El desierto se traga la ciudad poco a poco. Una cuidad en la cual ni siquiera en navidad hace frío pero con un calor (sobre todo en la canícula) que te trastorna. Es verdad, te desquicia, te enloquece. No intentes preguntarle nada a un torreonense cuando tiene calor porque la respuesta será una grosería seguida de un “perdóneme, es que tengo calor”. El calor parece ser la causa de todas nuestras aflicciones y problemas. Cuenta la leyenda que antes había ahí una inmensa laguna que hacía próspero el lugar. La verdad es que quien sabe porqué pero no queda ni rastro de ella ni del difunto río Nazas. Si antes había agua y aún así esa tierra era desierto, cuánto más jodido está el lugar ahora que ya no hay agua. Es en este marco que Jaime Muñoz Vargas escribe su obra. ¿A quién se le ocurre escribir cuando se está sudando 2 litros por minuto? Bueno pues a muy pocos pero poquísimos retrasados mentales que quieren ser escritores. Muñoz Vargas tiene todo el peso del desierto encima de él. Aún así, su estilo es versátil. Por ejemplo, en Fervor de Santa Teresa el lenguaje que utiliza es apegado a la realidad, al entorno. Una hacienda de algodón y un círculo de amigos aficionados al beisbol y al sotolito. El calor se mete por las páginas del libro, el bochorno se transpira en cada lectura. ¿Cómo es que el desierto cobra vida en cada texto? Es palpable la sensación bajo el pinabete aquellas noches de pachanga. De igual manera en El principio del terror. La historia refleja un entorno y una situación parisina pero su mentalidad, sus pensamientos y reflexiones tienen la parquedad de un lagunero. Como dice el dicho, el lagunero no puede negar la cruz de su parroquia. Lejos de la selva, de la sabana, del templado semi-húmedo de Saltillo, la estepa es el clima que cala más hondo en la configuración mental de sus ciudadanos. En nuestra voz narrativa sale siempre a relucir el clima de donde venimos. Es difícil decir con seguridad el porqué. Sin embargo, es innegable la relación del sol lagunero y las obras de Muñoz Vargas cuya atmósfera está siempre cargada de bruma. Cuyos personajes hablan tosco y atropellado, cuya visión de mundo se mueve con el aire caliente fluctuante de la lejanía.