sábado, 19 de junio de 2010

D r e a m

Apenas podía divisar luz dentro de esa casa. Mi madre había entrado a trabajar a una casa como promotora de plantas. Las plantas no eran la gran cosa. Eran plantas viejas que habían pertenecido a las familias desde hacía mucho tiempo. Incluso había una planta de mi propia abuela: una teresita. Como te digo, las plantas no eran ni muy grandes, ni muy raras ni muy caras. Su valor residía en su antigüedad. Mamá era feliz en ese trabajo, se sentía útil y diligente. Los primeros meses que estuvo en ese trabajo se le veía radiante. Luego las cosas comenzaron a cambiar.
La luz de esa casa gigantesca tenía algo raro, algún desperfecto, no lo sé. Ya fuera de día o de noche y por más focos que hubieran sido prendidos dentro de la casa, era imposible saberlo. Tu mirabas por fuera y pensabas que la casa estaba sola, vacía, no se notaba la luz por ningún lado. Mamá, entonces optaba por estar afuera de la residencia con una sonrisa que nunca le había visto en el rostro y la puerta entreabierta para que la gente no se confundiera pues, era muy fácil hacerlo.
Después de un tiempo todo se tornó muy extraño. Papá iba con mi madre al trabajo. Se sentaba en la sala en una silla y al lado tenía una caja llena de chucherías que complementaban lo del negocio de las plantas. La caja contenía tierra, abono, palitas, macetas, regaderas, bolsas de plástico.
Cierto día entré por la puerta entreabierta. Mi mamá enseñaba las plantas a una señora gorda con un vestido de flores rosas.
-Esta es la planta que perteneció a mi difunta madre. Es una teresita.- Señalaba una hermosa planta pequeña de colores lila y rosa con cara de absorta. Me quedé contemplándola un buen rato y descubrí que su faz era opaca. Ni el rostro ni el cuerpo de mi madre emitían ni reflejaban ningún tipo de luz. Mi madre se estaba convirtiendo en una sombra. Una figura oscura. Papá seguía sentado en la sillita, me había visto pero no había hecho ningún ademán de saludo. Seguía ahí, absorto en la oscuridad. Los focos cada vez daban menos luz, papá casi estaba en tinieblas cuando entré al cuarto. Me senté a su lado pero no le importó, no se inmutó. Decidí salir de ahí. Mamá seguía con su cara de felicidad imperturbable e infinita con la señora gorda tras de ella. Atravesé el jardín, sólo podía pensar que había algo que no me habían querido decir.
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La escuela no era un buen lugar para estudiar, eramos muy pocos alumnos. Sí, selectos tal vez. Cada persona que ocupaba un asiento en aquellos salones tenía una mente profunda y sinuosa. Él me esperaba en la jardinera fuera de la escuela. Yo lo había escogido a él desde que lo vi. Era corpulento, alto, su cabello lacio y muy negro. Siempre tenía un cigarro en la boca. Cuando una mujer, un día, tomó su mano, me di cuenta que alguien lo había elegido previamente. Mi corazón no podía dejar de verlo, no podía dejar de desearlo y, poco a poco, me acerqué. Logré que dejara a la otra, y me convertí en su centro de gravedad. Ese día estaba radiante, su piel blanca tenía unas pequeñas pecas en los cachetes. Su hermosos labios rojos y sus dientes pequeños y separados esbozaban una sonrisa que me desarmaba. A su lado yo era como un papalote. Él me tomaba de la mano mientras yo volaba el azul del cielo.
Cruzamos el estacionamiento y luego salimos a una calle muy abarrotada. No pronunciábamos palabra. Nuestro amor inundaba todo, el silencio era necesario para los rituales en los que dos almas se juntan. Llegamos a la alameda. No recuerdo que ese hubiera sido el plan en un principio. Pero a su lado no me importaba a dónde ir, aunque fuera al mismísimo infierno. Pensaba en esta situación cuando me arrepentí de haber pensado cosa semejante. La plaza estaba atestada de gente. Gente vestida de negro en su mayoría, muchos corrían y había gritos por todas partes. Gritos que no alcazaba a distinguir si eran de júbilo o de llanto. Aquello se veía también en sombras, últimamente todos los lugares parecían ser invadidos de una oscuridad inusitada, más bien, de tinieblas. El hombre a mi lado había cambiado de expresión de manera repentina al llegar al lugar. La incredulidad seguía pegada a mi rostro. Me soltó la mano y corrió a un poste a pegar una manta. Luego yo corrí para intentar ver lo que decía y el me empujó para que no pudiera hacerlo. Si lo analizo ahora, después de dos años, no puedo siquiera recordar una palabra textual. Lo único que sé es que era una petición. Nos fuimos. Yo estaba asustada: "También él me oculta algo".
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La siguiente ocasión que fui a ver a mamá a su trabajo me encontré con un padre aún más enfermizo. Me senté a su lado pero ya no distinguía el rostro de mi papá. Estaba ojeroso, con ojeras de esas hundidas y negras.
Tomé todas las cosas que tenía en la cajita y me las lleve al otro jardín. Papá me mando mensajes de texto aterradores: "Regresa con esas cosas, yo sé que te vas a masturbar". "Regresa ya, tráeme las cosas, sucia". Mi padre estaba fuera de sí. Esas palabras parecían desvaríos de viejito. Inmediatamente volví y le tiré sus malditas cosas en la cara. Algo muy raro estaba ocurriendo.
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Nunca comprenderé los hechos que narraré a continuación. Mi corazón aún se niega a aceptarlos. Y mucho menos a considerarlos parte de la historia de mi vida. Un buen día fui a visitar a mi madre a la casona donde hacia sus ventas, bastante raquiticas, por cierto. No sé por qué razón mi madre y mi padre seguían estando en ese lugar. No sé ni de qué vivíamos. Como quiera, saliendo de la escuela me dirigí para allá. Mamá no estaba afuera como de costumbre. La puerta estaba entreabierta, eso sí. Cuando entré me di cuenta que ahora los focos ya no alumbraban nada. Se oía murmullo en un pasillo. Supuse que daría a un patio. Así era. Aunque lo que vieron mis ojos en ese momento no lo pude creer ni aún ahora que vivo alejada de mis padres: el patio estaba lleno de gente, gente desnuda gritando, en conmoción. Cuando entre en el lugar no pude huir. Habia tanta gente que cuando me acerqué al centro ya no podía salir, estaba atrapada por todas esas personas. En el centro había un pozo gigante. ¿Cómo es que en una zona residencial podía haber tal cosa? En el pozo habían semicírculos en llamas. Corría la gente como loca de un lado a otro. Vi que una amiga del colegio se acercaba a mi, desnuda también, sudando y llorando. La tomé entre mis brazos y la apreté contra mi pecho, lloraba desesperadamente. Forcejeaba conmigo. Yo soy alta, muy alta y tengo una excelente constitución, así que no me fue difícil retenerla en mis brazos. "La oscuridad, la oscuridad nos ha robado la luz". Repitió dos veces. Sentía que la amaba más que nunca, no quería dejarla ir. Ella quería tirarse al vacío, quería ir al pozo lleno de fuego. Esta gente descubrió algo que ya no pueden controlar. Todos lloraban en agonía. Tranquilicé a Marina. Estaba serena en mis brazos. Estaba ida, perdida pero logré que me siguiera fuera de la mansión. Ya en la calle, le preste la camisa que que yo traía y me quedé solamente en brasier hasta que llegamos a la casa.

sábado, 5 de junio de 2010

En el resquicio de la palabra que no dijiste
existe una brecha entre tu alma y la mía.
No puedo siquiera admitir que esperaré, que siempre he esperado.
Quiero que el mar me trague
hacerme infinita con él
aunque tu mano seca
no vuelva a tocarme jamás.

¿Qué piensas de mi corazón solitario,
que arde en deseos, en múltiples aflicciones?
No, no deseo nada.
La nada es mi centro de gravedad
y la tristeza es una herrumbre que no desaparece
que oxida tus nervios y las arterias que conducen al corazón.

Busco tus ojos en el pasillo. Tu olor a infinito en mi cama vacía.
Desespero soles y lunas: quiero que tu mano delgada me toque otra vez
aunque irremediablemente siga
luchando contra el mar en el que nos hemos hundido.