martes, 24 de marzo de 2009

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La casa se estaba cayendo a pedazos. La pared que dividía mi cuarto de la estancia se había derrumbado un día que mi compañera, accidentalmente, pasó muy cerca de ella. Ahora, la señora había reubicado mi pequeña habitación encima de una tarima en el centro del patio casi pegado a la ventana del baño.
Por más que busqué mis cuchillos no estaban. Seguramente entre todo el ajetreo del cambio se habían extraviado, o como quien dice se habían "traspapelado".
Este año mi familia vendría a ver el acontecimiento. No sé porqué ellos pensaban que esto era fascinante, que era como la reafirmación misma de la cultura, que debía de ser grandiosoparticipar en él. Yo, sin embargo,pensaba que era la cosa más grotesca, deshumanizante y humilladora que pudieran haber inventado los seres humanos.
Como sea, era algo a lo que nadie podía escapar y mucho menos yo.
Al llegar al lugar lo primero que nos exigieron fueron las ropas. Me desnudé y sentí algo diferente a la vez pasada. La vez anterior me valía si tenía ropa o no, era esa indiferencia que me hacia fuerte.
Esta vez los ojos estaban sobre mí y yo sólo desviaba la mirada intentando ocultar mis pequeños senos. Todos eramos bastante blancos y eso me daba aun más pudor, la ausencia de color en nuestros cuerpos nos daban algo de inferioridad.
Uno, dos, tres sopletes de fuego se encendían intermitentemente mientras ascendíamos a la cumbre del ecenario. Saltabamos uno cuando el otro y se estaba encenciendo, había quienes no podían hacerlo con la rapidez necesaria y salían volando por la presión del magma.
Cuando llegamos arriba (los escogidos, dirían algunos) entramos al lugar. Una cueva gigante llena de vapores calientes y al centro el lago de magma caliente. Se veía muy limpio, muy rojo.
Nos pidieron las armas.
"Maldición, ni siquiera recordé comprar una espada"- pensé, pero pareció que lo dije porque el sensor comenzó a verme fijamente,
-¿No traes tu arma?
-No. Yo iba a comprar una espada porque mis cuchillas se traspapelaron (y dale con la mentada traspapelación)-dije desviando la mirada esta vez hacia el suelo.
-Las cuchillas no se "traspapelan", además cada quien tiene que usar las armas que le fueron dadas.
-Pues ya le dije lo que paso con las mías.

Todos entraron al lago, desnudos, con miedo, el dolor y la sangre ya se podía ver en sus delgados cuerpos. Podía ser el último día de sus vidas. Mientras, la multitud de expectadores formada por padres, hermanos, tios y abuelos de cada uno de los participantes, animaba a los muchachos.

El año pasado sin temor tomé mis cuchillas, a decir verdad, eran la mejor arma de todas para enfrentarlo. Mi cuerpo blanco, debil, pequeño, frágil, se sentía indiferente ante todo eso. Nadé. El calor era horrible pero tenía que hacerlo, o era él o era yo. Mientras mis compañeros observaban atemorizados, fui por debajo de él y rebané sus piernas. Como pude subí y corté su cabeza. Todo fue muy rápido, al menos, yo solo recuerdo unos instantes.

El dragón nadaba hacia la superficie. No tenía ningun arma conmigo. Este era el final, o algo muy parecido al final.

1 comentario:

  1. Wow... qué buen cuento. Me gustó. Explícito pero sin caer en lo mórbido.

    Esa es Isa...

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