sábado, 21 de noviembre de 2009

Pintura

Llegué a su casa, una casa grande, muy espaciosa. “Hey, qué onda”. Tenía hambre y me atraganté con las gorditas que había en la mesa. Los nervios empezaban a hacer efecto. Recordé lo que le había dicho el día anterior: “Yo ya había sido modelo”, pero a decir verdad, exageré. Su cuarto estaba lleno de cuadros. Dos de ellos con viejas desnudas. “¿Y ellas posaron así o te las imaginaste?” Con toda la naturalidad del mundo me contestó que así habían posado y que eran sus amigas. Empecé a hablar de la escuela como idiota, de los amigos en común. La verborrea fluía. Y mi sensual imaginación también. No quería pensar en nada. Entonces mi amigo abrió la boca y dijo lentamente: “Aquí está la botella, por si quieres”. Parece que ésa era la respuesta a mi anterior pregunta: “¿no tienes algo para darme valor?”. Entonces vi en la mesa la botella de vodka completa. Uno, dos, cuatro, cinco, siete… ¿Ya cuántos shots llevaba? Me recosté en la cama y me dije: “En menos de quine minutos me voy a poner bien pendeja”. Entré al baño y, con la prisa y los característicos movimientos de ojos y brazos de las borrachas, me desvestí. Después salí y me acomodé en la cama, que estaba deshecha, las sábanas me picaban: La cara de mamá se me aparecía a cada instante, diciéndome que yo era una perdida.
Él sostenía un lápiz y un cuaderno de esas hojas gruesas que no sé cómo se llaman. Me decía: muévete para acá, recuéstate para allá, quítate los lentes. No, espera. Mejor no te los quites. Se ve bien así. Pon la mano acá. Cuando terminó de dar las indicaciones yo ya estaba en mi punto máximo: Totalmente borracha y cachonda.
Esperé, no fue difícil esperar. Los ojos se me iban para todos lados. Me gritaba: “¡Hey, no te vayas a quedar dormida!”, a lo que yo respondía ebria: “Na, cómo crees”. Luego me dijo: “listo ya puedes moverte”. Me tumbé en la cama y él se acostó junto a mí. “Demonios, esto va a terminar en lo que todos dicen que termina”, pensé. No me daba cuenta de mi desnudez. El me acarició las piernas y la cintura. Temblaba.
Noté que algo frío y duro recorría mi cuerpo. Aunque trataba de moverme para saber qué era, no podía. Él parecía deslizarlo con un placer inmenso. Me confundía. Sentía su respiración acelerada, caliente, en mi oreja. Se puso tras de mí y apretaba su cuerpo contra el mío cada vez más fuerte. Mi cuerpo no me respondía y cuando sentí el dolor de una penetración rápida y furiosa quise escapar. Contaba treinta y uno, treinta y dos , treinta y tres.
Lo ultimo que vi fue el cuchillo y su otra mano llena de sangre diciéndome adiós. Se cambió de ropa y salió de la casa. No recogió mi cadáver, no limpió, no hizo nada. Cuando se iba lo escuche decir: “una más, unas menos: todas se parecen”.

1 comentario:

  1. Me encantó ese final. Mucho mejor que el anterior.
    Pero sabes, siento un hueco en la trama. Como que algo le hace falta.
    Aún asi es bueno. De los mejores del día de la presentación de la revista.

    Rauchen Sie!!

    ResponderEliminar